La biometría facial se ha convertido en una pieza silenciosa pero decisiva de la vida digital. Está presente cuando se abre una cuenta bancaria desde el celular, cuando se valida una identidad para firmar un contrato o cuando una plataforma pública confirma que quien está al otro lado de la pantalla es realmente quien dice ser.
Sin embargo, detrás de esa aparente normalidad existe un filtro técnico implacable: solo una fracción muy pequeña de las tecnologías disponibles logra demostrar que puede resistir intentos reales de fraude.
En ese escenario, una tecnología desarrollada en Colombia acaba de cruzar una frontera que pocos alcanzan. No se trata de una certificación simbólica ni de un aval comercial, sino de una validación técnica que confirma que su sistema de biometría facial puede operar en entornos donde el error no es una opción.
El cuello de botella de la biometría facial
Aunque el reconocimiento facial se ha popularizado, su verdadero reto no está en identificar un rostro, sino en demostrar que ese rostro pertenece a una persona real y presente.
Fotografías impresas, videos reproducidos en pantallas, máscaras o modelos tridimensionales son algunos de los métodos que se utilizan para engañar a los sistemas menos robustos. La industria llama a este desafío “detección de ataques de presentación”, y existe un estándar internacional que mide qué tan preparada está una tecnología para enfrentarlo.
Bajo la norma ISO/IEC 30107-3, considerada la referencia global en este campo, menos del 10 por ciento de las soluciones evaluadas logra superar las pruebas más exigentes. Esto explica por qué gobiernos, bancos y operadores de servicios críticos dependen de laboratorios independientes para decidir qué tecnologías pueden usarse en procesos sensibles.
La prueba que pocos superan
Ese laboratorio es iBeta, una entidad con sede en Denver que desde finales de los noventa se ha convertido en el árbitro técnico de la biometría a nivel mundial. Sus evaluaciones, acreditadas por el programa NVLAP del NIST, no se basan en demostraciones controladas, sino en ataques reales diseñados para poner en evidencia cualquier debilidad del sistema.
En este caso, la tecnología de liveness facial de OlimpIA, desarrollada por ingenieros colombianos, obtuvo nuevamente las acreditaciones iBeta Level 1 e iBeta Level 2. Es la segunda vez que lo logra, un detalle clave en un sector donde mantener el nivel es tan complejo como alcanzarlo.
El resultado confirma que el sistema es capaz de detectar intentos de suplantación mediante imágenes, videos o elementos físicos diseñados para engañar al algoritmo.
Qué significa validar que una persona está realmente ahí
El núcleo de esta tecnología está en el concepto de liveness, una capa que va más allá del reconocimiento facial tradicional. No se limita a comparar rasgos, sino que analiza señales sutiles que permiten inferir si el rostro pertenece a una persona viva y presente frente a la cámara.
En esta nueva evaluación, el avance más relevante fue la consolidación del liveness pasivo. A diferencia de los enfoques activos, que piden al usuario parpadear, mover la cabeza o realizar gestos específicos, el modelo pasivo funciona en segundo plano.
Observa microvariaciones de luz, textura, profundidad y comportamiento facial sin interrumpir la experiencia. El resultado es una validación más fluida, con menos fricción y una mayor tasa de finalización en procesos reales.
Ingeniería local con estándares globales
Uno de los factores que explica este desempeño es el entrenamiento del sistema. La tecnología fue desarrollada en Colombia y entrenada con conjuntos de datos diversos en etnia, género y edad, una decisión técnica que busca reducir sesgos y asegurar un comportamiento consistente en distintos contextos culturales y geográficos.
En un mercado global, este detalle es determinante para evitar errores sistemáticos que pueden afectar a poblaciones específicas.
La reacreditación también llega en un momento en el que sectores como el financiero, las telecomunicaciones, el comercio electrónico y el sector público enfrentan un aumento sostenido de la suplantación de identidad. En ese contexto, las soluciones que no cuentan con respaldo técnico auditable empiezan a quedar fuera de juego.
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