En el verano de 1996, un 5 de julio de como este, un laboratorio escocés logró un avance que alteraría para siempre nuestra comprensión de la genética y encendería intensos debates sobre la ética y las posibilidades de la clonación.
Ese día nació Dolly, el primer mamífero clonado a partir de una célula somática adulta. Este hito, logrado por investigadores del Instituto Roslin, abrió una nueva era en la ingeniería genética y destrozó la creencia de que solo las células embrionarias poseen el potencial para el desarrollo completo de un nuevo individuo.
Al clonar con éxito una oveja a partir de una célula adulta, los científicos del laboratorio del Instituto Roslin demostraron la notable plasticidad de las células y desataron una ola de especulaciones sobre las posibilidades de semejante avance en otros campos de la ciencia como, por ejemplo, el de la medicina regenerativa.
El nacimiento de Dolly marcó un punto de inflexión, desafiando nuestras suposiciones y abriendo las puertas a una frontera completamente nueva en la exploración científica.
Y, por supuesto, como era de esperar, de paso la oveja clonada se convirtió en una imagen icónica.
Un diálogo global
Pero, además, la llegada de Dolly encendió una tormenta ética. Los científicos, los políticos y el público en general participaron en intensos debates en torno a los límites de la experimentación científica, las implicaciones para los derechos reproductivos y las perspectivas inimaginables de la clonación humana. Dolly se convirtió en el centro simbólico de una conversación global, que empujó a la sociedad a examinar la ética de manipular la vida misma.
Pero aunque nos enseñó tanto, la vida de Dolly fue todo menos idílica. Los investigadores descubrieron que el animal exhibía signos de envejecimiento prematuro y problemas de salud, lo que alimentó sucesivas investigaciones sobre el papel de las modificaciones epigenéticas y su impacto en la clonación y la biología del desarrollo.
Más allá del debate, la creación de Dolly mostró el tremendo potencial de la ingeniería genética más allá del ámbito científico. La tecnología de clonación prometía revolucionar la cría de ganado y la agricultura, ofreciendo un camino para replicar animales con rasgos genéticos deseables.
Este avance podría -aseguraban sus defensores- reforzar la seguridad alimentaria, mejorar la resistencia a las enfermedades, promover la sostenibilidad dentro de la industria agrícola y, eventualmente, derrotar el hambre en el mundo.
Los conocimientos obtenidos del proceso de clonación de la oveja contribuyeron al refinamiento de técnicas como la fertilización in vitro (FIV) y la transferencia nuclear de células somáticas (SCNT). Estos avances continúan ayudando a individuos y parejas a superar los desafíos de fertilidad y traer el milagro de la vida a muchos.
Con todo, la clonación humana sigue siendo éticamente controvertida y la comunidad científica considera que atenta contra el derecho humano al patrimonio genético no manipulado y que su práctica a gran escala restringiría la diversidad de la reserva genética humana, la capacidad humana para sobrevivir a grandes cambios ambientales y, eventualmente, la propia evolución de la especie.
Dolly permaneció en el Instituto Roslin durante toda su vida y produjo varios corderos. Sin embargo, sus problemas de salud llevaron a sus cuidadores a tomar la decisión de sacrificarla a la edad de seis años debido a una enfermedad pulmonar progresiva que no parece haber estado relacionada con su clonación.
El cuerpo de Dolly fue preservado y donado por el Instituto Roslin en Escocia al Museo Nacional de Escocia, donde se ha exhibido regularmente desde 2003.
En enero de 2018, un equipo de científicos de Shanghái anunció la clonación exitosa de dos Macaca Fascicularis (llamados Zhong Zhong y Hua Hua) a partir de núcleos fetales.