¿Cuánto cuesta un cerebro?

¿Cuánto cuesta un cerebro?
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Mil doscientos euros. Ese es, aproximadamente, el precio de un cerebro entero. Gastos administrativos, de embalaje y envío no incluidos, claro. No es un mal precio. Por piezas sale más caro: la muestra (congelada o natural) está sobre los treinta euros. El mismo precio que las muestras de ADN, ARN o líquido cefalorraquídeo.

Aunque, en realidad, este precio es un tema puramente administrativo y, como decía el poeta, no hay que confundirlo con su valor. Los cerebros son recursos fascinantes pero también son recursos escasos y de gestión muy compleja. Cada año, unos pocos cientos de cerebros son donados a algún centro de investigación o banco de tejidos para que podamos seguir investigando y haciendo avanzar la medicina. ¿Cómo funciona todo esto? ¿Qué pasa cuando donamos nuestro cerebro a la ciencia?

¿Cómo se dona un cerebro?

Todo ocurre poco después del fallecimiento y el proceso es muy similar a una autopsia. Se abre el cráneo, se extrae el cerebro y se vuelve a cerrar sin que se note demasiado. Una vez extraído, una parte de los tejidos se congelan directamente mientras que el resto se usa para realizar las pruebas necesarias para el diagnóstico. Todo eso en menos de 12 horas.

El proceso es muy importante. Un cerebro bien conservado puede durar hasta 30 años en condiciones que permitan investigarlo. Con técnicas modernas, incluso más. Esto hace que los bancos de tejidos estén bien diseminados por el territorio y que, en algunos países como Inglaterra, se hayan desarrollado políticas públicas para incentivar las donaciones.

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En Reino Unido, hay diez bancos que suman un total de 14.000 cerebros. En España, existen doce bancos de cerebros: tres en Barcelona, dos en Madrid y uno en Murcia, Córdoba, Pamplona, Vitoria, Vigo, Oviedo y Salamanca. Los dos más importantes son el Biobanc del Cliníc de Barcelona y el Banco de Tejidos del Centro de Investigaciones de Enfermedades Neurológicas. Desde su fundación en 2010, el Banco de Tejidos del CIEN ha recibido más de cuatrocientas donaciones. Parecen muchos, pero en realidad y teniendo en cuenta la diversidad de los trastornos neurológicos, no lo son.

¿Tiene alguna utilidad donar un cerebro?

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Hace unos años, la Universidad Complutense de Madrid se veía envuelta en un escándalo por las condiciones en las que almacenaban más de 250 cadáveres donados a la Facultad de Medicina. Un escándalo mayúsculo, por cierto. Esto puede dar una imagen poco realista de lo que es (y para lo que sirve) donar el cuerpo a la ciencia, pero lo mejor que se puede decir es que este es un caso aislado. Los bancos de tejidos requieren protocolos demasiado exhaustivos como para que no lo sean. Y la mejor prueba quizá sean los resultados.

"La mayoría de avances neurológicos de las últimas dos o tres décadas se han descubierto gracias al examen de los cerebros donados", explica Seth Love, el director de la Red de Bancos de Cerebros de Reino Unido. Y no exagera, incluso aunque miremos aún más hacia atrás en el tiempo: así fue como Arvid Carlsson descubrió el funcionamiento de la dopamina en el cerebro y del Parkinson en 1957.

¿La solución es biotecnológica?

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Lo que no está tan claro es si seguirán siendo tan relevantes en el futuro. Los científicos llevan años tratando de encontrar modelos útiles que permitan superar la escasez de cerebros y el cuello de botella que eso representa para la investigación. Está claro que seguiremos necesitando cerebros reales sanos y enfermos, pero hay otras cosas que no serán necesarias.

A día de hoy, el profesor Thomas Hartung, de la Universidad John Hopkins, tarda dos meses en cultivar un minicerebro a partir de células de la piel reprogramadas. No son cerebros enteros, todavía, pero sí estructuras lo suficientemente complejas para analizar el funcionamiento de neurofármacos actuales.

Es solo el principio, aún no tenemos la tecnología necesaria. De hecho, aunque la tuviéramos, no sería ético que creáramos cerebros de la nada. Pero todo apunta a que encontraremos la forma de hacerlo más tarde o más temprano. Y eso puede cambiar el precio de un cerebro, pero no su valor; porque como dice Seth Love, "para la ciencia, cada cerebro es tremendamente valioso".

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