Cuando se usaba la sangre de los corderos para curar enfermedades: la primera transfusión sanguínea y el siglo perdido

Cuando se usaba la sangre de los corderos para curar enfermedades: la primera transfusión sanguínea y el siglo perdido
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Cuando aquel niño de 15 años entró en la consulta de Jean Denys estaba consumido, pálido, impotente. Había sido un chico alegre de buena memoria y cuerpo ágil, pero la violencia de la fiebre le había hundido el espíritu y había convertido su cuerpo en un armario pesado y somnoliento. La fiebre y las sangrías.

En los meses que había durado ya la fiebre, los médicos le habían sometido hasta a veinte sangrías. Denys, uno de los médicos del Rey Luis XIV de Francia, era joven y audaz. Había leído sobre los experimentos de Lower y se había introducido en los misterios de la sangre. Por eso decidió hacer todo lo contrario de lo que decían siglos y siglos de medicina tradicional.

La primera transfusión de sangre

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Con la ayuda del cirujano Paul Emmerez, extrajo tres onzas más de sangre del niño y, a cambio, le transfundió nueve extraídas de la carótida de un cordero. El cambio fue "sorprendente" y salió rápidamente del estado de "estupidez increíble" para mostrar, por primera vez en meses, "un claro rostro sonriente". Acaban de hacer la primera transfusión sanguínea de la historia.

La segunda fue a un hombre de 45 años al que le inyectaron hasta veinte onzas de sangre y se sintió revitalizado. Denys siguió haciendo experimentos con sangre de animal porque pensaba que, de esa forma, se corría menos riesgo de que se transmitieran con la sangre el temperamento, las creencias o los vicios del donante.

Pero la suerte se acabó ahí, las siguientes transfusiones se dieron de bruces con el desconocimiento de la sangre y sus tipos. Las notas de Denys están llenas de lo que hoy sabemos que son reacciones hemolíticas graves. Todo se torció un día de 1668.

Un señor llamado Mauroy

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El señor Mauroy tenía algún tipo de problema psiquiátrico o quizás una demencia que lo llevaba a recorrer desnudo las calles de París y muchos otros tipos de comportamientos excéntricos que generaban un enorme escándalo entre la población. Denys le planteó la idea de tratarlo con su nuevo enfoque y la primera fue bien. Pero, tras la segunda...

"Tan pronto como la sangre entró en sus venas, sintió un fuerte calor a lo largo de su brazo y bajo sus axilas. Su pulso aumentó y poco después observamos un sudor abundante en toda su cara. Empezó a sentir grandes dolores en los riñones, el estómago y los pulmones. Se le obligó a dormir y durmió toda la noche sin despertarse. A la mañana, hizo pis de un color tan negro como si estuviera orinando hollín de las chimeneas".

Durante los siguientes días los síntomas mejoraron y se convencieron de que la hematuria era síntoma de que el cuerpo de Mauroy estaba eliminando su problema mental por la orina. Pero con los meses se volvió violento e irracional. La esposa convenció a los Denys y Emmerz para que repitieran el tratamiento. Lo hicieron. Horas más tarde, Mauroy moría entre grandes dolores.

Un siglo desangrado

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Tras un largo proceso legal se demostró que Mauroy fue asesinado con arsénico por su mujer harta de escándalos públicos, pero ya era tarde. La Facultad de Medicina de París publicó una recomendación para que no se usaran las transfusiones negando la teoría de la circulación y numerosos panfletos en contra de Denys y sus métodos inundaron las calles de la capital de Francia.

Con la oposición de médicos y universitarios, en 1678, el parlamento francés prohibió las transfusiones y metió su realización en el código penal. La Royal Society británica se sumó rápidamente a esa opinión negativa y, hasta el Papa, en 1679, se sumó a las protestas prohibiendo el procedimiento. Las transfusiones dejaron de usarse por un siglo.

A mi, al menos, me suena chocante que la suerte haya sido un factor tan importante en el desarrollo de la medicina. Y, sin embargo, a poco que nos ponemos a rebuscar en los archivos, parece claro que ha sido una pieza fundamental. Y lo sigue siendo por mucho que nos obstinemos a jugar a los dados: ¿quién sabe cuántos siglos volveremos a perder?

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