Cónclave fue una novela antes de ser una película. Y así como el escritor británico Robert Harris plasmó las dinámicas del poder del círculo más interno de El Vaticano con la fuerza de su prosa, el director alemán Edward Berger la elevó con contundencia para construir un retrato contenido pero absolutamente majestuoso del proceso de elección papal.
Lejos del misticismo, del efectismo y del melodrama, Berger enfoca su retrato en la lógica interna de una institución que se define por el sigilo, la diplomacia y el peso abrumador de la tradición.
Cónclave estuvo justamente nominada en los premios de la Academia a Mejor película, Mejor actor principal (Ralph Fiennes), Mejor actriz de reparto (Isabella Rossellini), Mejor guion adaptado, Mejor edición, Mejor banda sonora, Mejor diseño de producción y Mejor vestuario.
Ahora que la Iglesia Católica se apresta, en el mundo real, a celebrar un nuevo cónclave, es apenas apropiado que la cinta de Berger, que en opinión de muchos debió haber recibido justamente el Oscar como la mejor película de 2024 -solo ganó un premio, a Mejor guion adaptado, para Peter Straughan- se haya estrenado en la plataforma de Amazon Prime Video.
La historia de Cónclave
La película arranca tras la muerte del Sumo Pontífice y se concentra en los movimientos del cardenal Thomas Lawrence, interpretado con una magistral sobriedad por Ralph Fiennes, que llega al proceso con dudas sobre su fe, pero comprometido por el peso de la responsabilidad investida en él como cardenal decano: organizar el cónclave que elegirá al nuevo Papa.
Los cuatro candidatos principales son el estadounidense Aldo Bellini (Stanley Tucci), un progresista en la línea del difunto papa; el nigeriano Joshua Adeyemi (Lucian Msamati), un conservador social; el canadiense Joseph Tremblay (John Lithgow), un conservador convencional; y el italiano Goffredo Tedesco, un tradicionalista reaccionario.
La estructura dramática de la cinta es claramente la de un thriller político, pero Berger evita cualquier tentación de espectacularidad: la tensión surge de la palabra y el gesto, de las miradas y del cálculo cuidadoso de los silencios, más que de las acciones explícitas.
El guion entiende con claridad los mecanismos del cónclave: la división entre bloques ideológicos, la presión del secreto, la fragilidad de los consensos y la lógica interna de un sistema que, pese a su apariencia arcaica, responde a los mismos impulsos de cualquier maquinaria de poder.
A través de diálogos mesurados y situaciones contenidas, la película revela cómo cada voto, cada conversación informal, cada gesto litúrgico encierra capas de sentido político. Aunque se trata de una película que es, en su práctica totalidad, una sucesión de diálogos, la tensión implícita en cada uno de ellos hace que por momentos se sientan como secuencias de suspenso.
Cónclave se destaca por su negativa a simplificar. No hay antagonistas caricaturescos ni revelaciones manipuladoras y, aunque sin duda hay giros osados que no gustarán a todos, el texto no abandona en ningún momento su estudio serio del equilibrio entre fe, poder y ambición.
El giro final, contenido y bien planteado, no busca el impacto fácil sino que refuerza el tema central: la Iglesia, incluso en su momento más sagrado, sigue siendo una institución profundamente humana y de esa condición emanan sus principales defectos, y sus más importantes virtudes.