Es inherentemente equivocado reducir uno de los mejores episodios del año en la televisión (la seguiremos llamando televisión, así la veamos por streaming) a una escena de unos cuantos minutos. Pero también lo sería ignorar que El Problema de los tres cuerpos logró, en su quinto episodio (de lejos, el mejor hasta ahora), la singular hazaña de mostrarnos algo que no habíamos visto.
--Siguen spoilers del quinto episodio de El Problema de los tres cuerpos.—
‘Jucio Final’
Como en otras oportunidades, El Problema de los tres cuerpos diseñó este episodio para terminar en un clímax dramático con el ominoso mensaje que se reproduce, en incontables idiomas, en las pantallas de todo el globo. Los San-Ti ya llegaron a una conclusión sobre la raza humana. Esa conclusión es que somos insectos.
Volveremos, por supuesto, a eso, pero por ahora, excúseseme poner el foco en la escena que, por lo demás, le da el título al episodio: el juicio final del ‘Juicio Final’.
El ‘Juicio Final’ es -era- un barco. Lo vimos por primera vez en el episodio anterior y lo vimos por última en este, cortado en juliana por las nanofibras de Auggie que vio su sueño de filantropía convertido en un crimen de lesa humanidad en menos tiempo del que toma decir "nanopolímeros".
Tomemos un segundo para analizar la puesta en escena de esta secuencia, que inicia de manera tan discreta que desde el centro de mando Raj Varma, de hecho, piensa que no está funcionando.
Las nanofibras fueron el método escogido por Thomas Wade para incapacitar al barco y a sus tripulantes y pasajeros sin destruir un disco duro en el que está el registro de las conversaciones de Mike Evans con ‘Su Señoría’.
Pero que preserve el disco (como no lo haría, quizás, un misil o un ataque armado) no le quita un ápice de violencia al efecto de lo que fibras más resistentes que el diamante pero más delgadas que un cabello humano pueden hacerle al acero, a la madera… y a la carne. El plano diagonal de los muñecos de papel siendo rebanados a la mitad es a la vez visulamente impactante y simbólicamente devastador, quizás más que las mutilaciones y decapitaciones en cámara.
Las imagenes de seres humanos, del trabajador que lavaba la cubierta al propio Mike Evans, desmoronándose y cayendo en charcos de su propia sangre es una de las cosas más admirablemente repugnantes que haya consagrado Netflix a sus servidores y no soprende que provenga del par de guionistas y productores que llevó a la pantalla la saga de Game of Thrones.
Para Wade, es una victoria. Para Auggie, parece ser el final. No creo que le queden fuerzas para mucho más que abstenerse de golpearlo cuando se permitió felicitarla. El gore resulta necesario porque en él se basa la división ética subyacente que lo ocurrido en el Jucio Final produjo en el equipo, que percibe -como nosotros-su resultado de una manera literalmente visceral.
El disco duro recuperado les permite a Wade y a Jin visitar -de nuevo, en el caso de ella- el mundo de realidad virtual que hasta ahora asociábamos a un juego. No puedo ser el único que crea que es la peor de las ideas que Wade se haya permitido ponerse ese casco, que puede -nos lo dijeron- controlar todos los medios de salida y de entrada de información al cerebro.
Pero lo hecho hecho está, y en virtud de ello los San-Ti, representados por su avatar armada con una katana pero no un nombre, detallan, por fin, su plan. Han concluido que su invasión será derrotada fácilmente cuando llegue, porque los cuatro siglos que tardará en arribar su flota le darán a la Humanidad el tiempo de alcanzar su desarrollo tecnológico… y superarlo. Esto es, a menos que logren, como lo dijo, “matar” nuestra ciencia.
Y es lo que están haciendo. Como domina, a diferencia de nosotros, más que solo tres dimensiones, crearon dos computadoras inteligentes del tamaño de protones, que pueden alterar su tamaño para cubrir por entero a nuestro planeta. Dos pares de estos ‘sofones’ están enlazados a nivel cuántico, lo que permite la comunicación instantánea de la que gozaba Evans hasta su monumental metida de pata del episodio anterior.
El episodio termina -les dije que volveríamos a eso- con un ojo descomunal proyectado en el cielo y el mencionado mensaje: "USTEDES SON INSECTOS", en todas las pantallas.
Todas, incluida la de la grabadora que Wade le dio a Ye Wenjie, que se ve así confrontada con el hecho de que lo que invitó a visitarnos no es una comunidad pacífica y evolucionada, sino una armada invasora que nos considera una plaga que ha infestado el mundo que se proponen habitar.
Lo que su dedo en el botón promete para el mundo no es, ya, el inicio de una nueva era, sino la llegada, concreta e inevitable, de un tipo interplanetario de Juicio Final.
Y, como perturbadora contraparte de este hecho, la última toma es la asesina sigilosa que habló con Auggie, que mató a Jack y que escapó, herida, de la redada del episodio anterior. Mientras cojea por un camino rural, ve el ojo en el cielo y lo encuentra… ¿maravilloso?
Esa, no el cielo cubierto por un espejo negro, ni el mensaje amenazante en cada monitor, es para mí la imagen más aterradora del episodio. Más que el barco fileteado en el canal de Panamá, lo que me pone de punta es la sonrisa desquiciada de aquellos a quien jamás vamos a poder convencer con la lógica, la evidencia y la razón.