Este primero de agosto marcaba la “hora cero” para la entrada en vigor de la nueva política arancelaria de Estados Unidos, fundamentada con dos órdenes ejecutivas con las que el presidente Donald Trump busca modificar el panorama comercial global, subiendo aranceles a países como Canadá, India y varios socios de América Latina, incluida Colombia.
Por fortuna, el país quedó en lo que parece una buena posición, al menos comparado con otros aumentos. De hecho, el Gobierno estadounidense decidió mantener el arancel del 10 por ciento que ya aplicaba a ciertas exportaciones colombianas desde abril de este año.
La ministra de Comercio, Diana Morales, confirmó la noticia desde su cuenta de X, donde destacó que no habrá incremento adicional para Colombia, aunque también señaló que “continúan los acercamientos técnicos entre ambos países orientados a mantener las relaciones comerciales de manera armónica y constructiva”.
Asimismo es importante destacar los gravámenes comenzarán a aplicarse a partir del 7 de agosto para dar tiempo a Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) a ajustarse a las nuevas tarifas.
Pero, ¿Qué significa realmente para Colombia seguir con ese 10 por ciento? ¿Es un alivio o un riesgo? ¿Y cómo interpretan esta decisión los gremios de exportadores y empresarios del país?
Un alivio relativo, según los gremios
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En principio, evitar un aumento fue bien recibido. Bruce Mac Master, presidente de la ANDI, fue directo al afirmar: “Yo sí calificaría realmente como una buena noticia habernos mantenido allí. Hay otros países similares a los nuestros que están en niveles superiores”.
Para los exportadores, que en las últimas semanas temían un salto hasta el 20 por ciento, mantenerse en el 10 representa cierto margen de maniobra. Pero la percepción no es del todo optimista.
Mac Master también subrayó que este tipo de decisiones requiere una respuesta ágil por parte del sector productivo: “Los empresarios están buscando reducir un 10 por ciento los costos de producción para no verse tan afectados por los aranceles”.
Desde su perspectiva, si Colombia logra adaptarse más rápido que países como Ecuador o Costa Rica, a quienes sí se les incrementó el arancel al 15 por ciento, puede generar una ventaja competitiva temporal. “Ahí tenemos que mirar rubro por rubro y competitividad por competitividad”, advirtió Mac Master.
¿Oportunidad o amenaza? El papel del diferencial competitivo
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Javier Díaz Molina, presidente de Analdex, también reaccionó ante la orden ejecutiva. Aunque reconoció que el lenguaje del decreto fue ambiguo en su redacción inicial, la aclaración posterior por parte de la Casa Blanca confirmó que Colombia seguirá enfrentando un 10 por ciento general, sin agravantes.
Para Díaz, este resultado abre la puerta a una negociación futura que busque reducir o eliminar ese arancel. Pero mientras tanto, pone sobre la mesa una realidad que el país debe afrontar: “Con un arancel del 10 por ciento estamos listos para iniciar una negociación con los Estados Unidos (...). Por lo pronto se puede señalar que quedamos en mejor condición que algunos de nuestros países competidores”.
Sin embargo, el escenario no es completamente favorable. En palabras de María Claudia Lacouture, presidenta de AmCham Colombia, el impacto de no actuar puede traducirse en pérdida de exportaciones, menor crecimiento económico y caída del empleo: “Tenemos una oportunidad hoy, pero si no actuamos, tendremos una injerencia de impacto negativo, sin lugar a duda (...). Las exportaciones totales podrían caer un 8 por ciento”.
Su análisis, basado en cifras de ANIF, sugiere que de mantenerse este nivel de arancel, el crecimiento del PIB podría reducirse en al menos 0,3 puntos porcentuales, y se perderían más de 15.000 empleos hacia final de año si no hay un plan de respuesta desde el Gobierno y el sector privado.
Ventajas limitadas y riesgos latentes
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Hay que decirlo con claridad: aunque Colombia no está entre los países más afectados por los cambios arancelarios de Trump, tampoco goza de un trato preferencial como México, que sigue manteniendo una tasa de 0 por ciento para la mayoría de sus productos gracias al T-MEC.
Este diferencial arancelario implica que productos como el café, las flores o los textiles colombianos tienen un margen de rentabilidad más estrecho al llegar a Estados Unidos, sobre todo si compiten con versiones mexicanas libres de impuestos. Esto puede convertirse en una desventaja si no se gestiona estratégicamente desde el país.
Por otro lado, hay sectores que se mantienen sin arancel, como el petróleo y el oro, pero los productos agrícolas, de alta sensibilidad para Colombia, siguen pagando ese 10 por ciento, lo que afecta directamente su diferencial competitivo en épocas de alta demanda como la temporada navideña.
¿Y ahora qué? La agenda pendiente con EEUU
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Lacouture insiste en que la clave está en abordar lo que llama los “irritantes” pendientes en la relación bilateral: temas regulatorios, acceso a mercados, propiedad intelectual, normas laborales, entre otros.
“Se ha visto la disponibilidad tanto de la Ministra como del embajador de Colombia en EE. UU. para lograr abarcar dichos irritantes”, dijo.
Su llamado es claro: trabajar juntos para que esta situación no se convierta en una amenaza estructural. De lo contrario, el país podría entrar en una desventaja prolongada frente a competidores regionales más agresivos o con mejores acuerdos comerciales.
En palabras de Lacouture: “Más allá de los temas políticos, los resultados para nuestro país han sido importantes, y al mismo tiempo hay campo para seguir generando y aprovechando esas oportunidades con nuestro principal socio comercial”.
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