Durante décadas, Lucy fue presentada como el rostro indiscutible del origen humano. Su especie, Australopithecus afarensis, parecía dominar el paisaje del este de África hace más de tres millones de años sin compañía cercana.
Pero un pequeño conjunto de huesos hallados en Etiopía acaba de cambiar esa narrativa. Un pie fósil, excavado en 2009 en el yacimiento de Woranso-Mille, ha sido finalmente asignado a una especie distinta, Australopithecus deyiremeda.
Y su identificación confirma que dos linajes humanos coexistieron en el mismo territorio, aprovechando recursos diferentes y caminando de maneras distintas. Un hallazgo que no solo amplía el mapa de nuestra propia historia: obliga a repensar cómo surgió la bipedestación y qué tan diversa fue la familia humana en sus primeros capítulos.
Un pie que reabre el debate sobre el origen humano
Cuando los investigadores encontraron los ocho huesos del pie en Burtele, asumieron que pertenecían a la especie de Lucy. La datación coincidía y la zona ya había revelado restos de A. afarensis.
Sin embargo, su morfología no encajaba por completo: el dedo gordo era más móvil, la articulación metatarsiana mostraba una configuración diferente y la disposición de las falanges sugería un estilo de locomoción híbrido.
Durante años se evitó asignarle una identidad definitiva, porque en paleoantropología los elementos anatómicos que más pesan para definir una especie suelen ser cráneos, mandíbulas y dientes.
Esa prueba llegó después: en 2015 se describieron restos dentales en el mismo yacimiento que permitieron reconocer formalmente a Australopithecus deyiremeda. Faltaba confirmar la asociación con el pie. Una década de trabajo adicional permitió vincular ambos hallazgos y demostrar que aquel fósil no era un pie más de Lucy.
Dos especies, un mismo territorio y modos de vida divergentes
La coexistencia entre A. afarensis y A. deyiremeda es hoy un hecho demostrado. Lo interesante es cómo lograron compartir espacio sin entrar en competencia directa, algo clave en ecosistemas donde la disponibilidad de agua, alimentos y refugios suele marcar la supervivencia.
Los análisis isotópicos realizados en dientes de A. deyiremeda muestran una dieta centrada en plantas C3, asociadas a ambientes boscosos o semiboscosos. En contraste, Lucy consumía una combinación de plantas C3 y C4, estas últimas propias de praderas abiertas. Esa diferencia indica que cada especie explotaba recursos distintos y ocupaba microhábitats separados dentro del mismo paisaje.
La variación en el uso del entorno confirma que el este de África del Plioceno era más diverso de lo que se pensaba y que las primeras especies de homínidos comenzaron a diferenciarse no solo por cómo caminaban, sino también por cómo se adaptaban a los cambios climáticos que fragmentaban los bosques y expandían las sabanas.
Un pie que combina dos mundos: caminar y trepar
El pie de A. deyiremeda es clave para entender por qué podía convivir sin conflicto con Lucy. Su anatomía revela un equilibrio singular:
- Era bípedo y podía caminar erguido sobre dos piernas, usando los dedos laterales para impulsarse.
- Pero mantenía un dedo gordo con movilidad independiente, útil para trepar árboles y aferrarse a las ramas.
Esto sugiere un comportamiento mixto: caminaba cuando el terreno lo exigía, pero conservaba la capacidad de subir a los árboles, ya fuera para alimentarse o para resguardarse de depredadores. Frente a él, Lucy tenía un pie más alineado al patrón bípedo moderno, menos dependiente del entorno arbóreo.
Ese contraste ilustra que el bipedismo no surgió como un único diseño. Hubo variantes, experimentos anatómicos y combinaciones que convivieron durante largos periodos. El camino hacia la postura erguida definitiva fue un proceso ramificado, no una línea recta.
Evidencia geológica, dieta y crecimiento: piezas de un rompecabezas mayor
Para llegar a esta conclusión, los investigadores combinaron enfoques complementarios. El análisis geológico del yacimiento permitió situar con precisión los fósiles en la escala temporal y confirmar que pertenecían al mismo intervalo de 3,4 millones de años. Sin ese contexto, los huesos habrían sido solo fragmentos aislados.
La química dental aportó otro nivel de detalle: el uso de herramientas como el micromotor dental permitió extraer polvo de esmalte y estudiar la proporción de isótopos de carbono. Así se reconstruyó la alimentación de ambas especies, un dato fundamental para interpretar su coexistencia.
El descubrimiento de la mandíbula de un homínido juvenil de A. deyiremeda sumó información sobre su crecimiento. Las tomografías revelaron que desarrollaban sus dientes y estructuras faciales de manera parecida a otros australopitecos tempranos, lo que indica que, pese a sus diferencias adaptativas, compartían un patrón de desarrollo infantil común.
Un Plioceno más poblado y un árbol evolutivo menos lineal
El reconocimiento de A. deyiremeda como especie independiente consolida una idea que ha ido ganando fuerza en los últimos años: la evolución humana no fue un proceso escalonado. Fue un mosaico de especies coexistiendo, cada una probando soluciones anatómicas y ecológicas diferentes.
Lo que antes parecía un camino único, ahora se asemeja más a un arbusto lleno de bifurcaciones. La imagen de Lucy avanzando sola por la sabana queda atrás. A su lado caminaba otro homínido, con otro ritmo y otras estrategias. Y la posibilidad de que existieran más linajes aún desconocidos está completamente abierta.
En paleoantropología, cada fósil puede reordenar capítulos enteros. Este pequeño pie lo hizo: demostró que nuestra historia es más amplia, más compleja y más diversa de lo que se creía.
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