La NASA, tradicionalmente símbolo de estabilidad, visión científica y liderazgo tecnológico global, vive una de las transformaciones más profundas y preocupantes de su historia reciente.
En apenas unos meses, casi una quinta parte de su fuerza laboral ha solicitado abandonar la agencia. Y lo más inquietante: el éxodo no es producto del azar, sino del rediseño institucional impulsado desde la Casa Blanca bajo el segundo mandato de Donald Trump.
Detrás de estas salidas masivas hay un nuevo programa de renuncias diferidas, políticas de recorte presupuestal y una serie de decisiones estratégicas que, según los propios trabajadores de la agencia espacial, podrían comprometer no solo futuras misiones a Marte o la Luna, sino la seguridad nacional, el prestigio científico de Estados Unidos y décadas de avances tecnológicos.
La ola de renuncias que sacude a la NASA
(NASA)
El llamado “Programa de Renuncia Diferida”, promovido por el polémico Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), ofrece a los empleados federales la posibilidad de renunciar voluntariamente mientras mantienen por un tiempo beneficios como salario y prestaciones.
La estrategia, en apariencia voluntaria, ha sido recibida con inquietud en múltiples agencias, pero en la NASA ha generado una tormenta interna.
La primera ronda de este programa se activó a comienzos de año, con la salida de 870 trabajadores. En junio, la NASA abrió una segunda fase, cuya fecha límite fue el 25 de julio.
El resultado: unas 3.000 solicitudes adicionales, que elevan el número total de salidas voluntarias a cerca de 4.000 personas, es decir, casi el 20 por ciento del personal total de la agencia. En paralelo, al menos otros 500 empleados dejaron la institución a través de jubilaciones anticipadas y otros mecanismos de retiro.
Con una plantilla que rondaba los 18.000 trabajadores, la NASA se enfrenta ahora al reto de funcionar con unos 14.000. Y lo hace en un momento crítico, cuando aún están en desarrollo los ambiciosos programas Artemis (que busca llevar a la humanidad de regreso a la Luna) y la exploración tripulada de Marte.
Un futuro incierto: entre recortes y falta de liderazgo
(NASA)
Este éxodo masivo no se da en el vacío. Lo acompaña una propuesta de recorte presupuestal del 24 por ciento, la más fuerte en décadas, que de aplicarse tal como plantea la Casa Blanca, dejaría a la NASA con su presupuesto operativo más bajo desde inicios de la carrera espacial en los años 60.
La división científica, en particular, sufriría una reducción del 50 por ciento, comprometiendo directamente más de 50 misiones activas o planificadas.
En paralelo, la agencia vive un momento de liderazgo inestable. Tras la fallida designación de Jared Isaacman, un empresario vinculado a Elon Musk, como administrador oficial, Trump nombró como jefe interino a Sean Duffy, un excongresista sin experiencia espacial o científica, conocido por su pasado en la televisión de telerrealidad.
Esta designación ha sido interpretada como un intento de acelerar el viraje de la NASA hacia una agencia orientada exclusivamente al transporte de astronautas, dejando en segundo plano las misiones científicas, la investigación climática y la cooperación internacional.
La Declaración Voyager: una clara advertencia
(NASA)
Frente a este panorama, la respuesta de la comunidad científica no se hizo esperar y más de 360 empleados y exempleados de la NASA firmaron una carta abierta dirigida a Duffy.
El documento bautizado como Declaración Voyager, en honor a las icónicas sondas espaciales aún activas tras más de 45 años, detalla con claridad las consecuencias que puede acarrear la combinación de recortes presupuestales, reducción de personal calificado y decisiones administrativas apresuradas.
“La seguridad humana, la misión científica y la reputación internacional de la NASA están en juego”, afirman los firmantes, que también denuncian una “cultura del silencio” impuesta desde la cúpula directiva.
Uno de los fragmentos más impactantes alerta sobre la posibilidad de repetir tragedias como la del transbordador Challenger de 1986, consecuencia de fallos técnicos ignorados por presión institucional.
El manifiesto ha sido respaldado públicamente por más de 20 premios Nobel, figuras destacadas de la comunidad científica y miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
Muchos de los firmantes lo hicieron de forma anónima por temor a represalias, aunque recordaron que los estatutos de la NASA fomentan la expresión de discrepancias cuando una decisión amenaza el interés institucional.
Renuncias simbólicas, consecuencias reales
(NASA)
Horas después de publicarse la carta, Makenzie Lystrup, directora del Centro de Vuelo Espacial Goddard que es el mayor centro científico de la NASA, presentó su renuncia.
Aunque no hizo declaraciones críticas explícitas, su salida ha sido interpretada como una señal clara de rechazo a la reestructuración. Bajo su dirección, Goddard lideró avances clave en exploración del sistema solar y observación de la Tierra con instrumentos como el telescopio James Webb.
A esta dimisión se suma la de la directora del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL), institución responsable del desarrollo de las sondas Voyager y New Horizons. Ambos centros enfrentan recortes que podrían cancelar programas emblemáticos y debilitar la infraestructura científica construida durante décadas.
Ciencia que no puede esperar una generación
(NASA)
Los recortes no son solo cifras. La misión New Horizons, por ejemplo, la única nave que ha estudiado Plutón y ahora cruza el cinturón de Kuiper, podría perder financiación pese a necesitar menos de 15 millones de dólares anuales.
Cancelarla sería dejar sin continuidad científica a una región del sistema solar aún inexplorada.
Otro caso es OSIRIS-APEX, continuación de OSIRIS-REx, que logró traer a la Tierra muestras del asteroide Bennu. Su misión de estudio al asteroide Apophis, que pasará cerca de nuestro planeta en 2029, está en peligro. El conocimiento que puede derivarse de esa misión sería irremplazable si se pierde por falta de fondos.
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